lunes, 10 de julio de 2017

Elegía a mi bici

Poner una foto en color bien merece una excepción al blanco y negro habitual de mi bitácora, como también lo es que en ella salga yo, la dama que ya no se esconde, pero es que la ocasión así lo requiere. Ando deshaciendo ayeres y como soy mujer de fechas, de las que por ejemplo, empiezan a escribir un día once, quiero cumplir un año más sobre una bici nueva, con la que llevo soñando toda la vida. La que fue mi bici, que ahora hará feliz a otra persona como me lo hizo a mi con creces, era algo más que un medio de transporte, era una prolongaciòn de mi misma, una parte de mi. Me ayudaba a pensar y me hacía más libre. Nada había comparado a pedalear de mañana, a veces amaneciendo, para ir a trabajar o a la Universidad y pararme ante el Guadalquivir a ver la vida pasar. O sentir el frescor que solo los ciclistas podemos disfrutar mientras los latidos del corazón se llenan de satisfacción, de vuelta de donde fuese, de noche, cuando puedes saltarte un semáforo porque apenas recorren las avenidas los coches y te sientes ligera, porque la noche también te hace pedalear casi a escondidas, cuando solo te acompañan las ganas de no llegar nunca a tu destino. Ella conocía Sevilla por el carril bici, y a mis piernas les hizo el favor de convertirlas en lo mejor de mi, así como a mi corazón, regalándome salud, bienestar y grandes momentos para mi pasión por observar. La lluvia nunca fue un problema, salvo cuando se mojaban los apuntes desde la cesta cogida con agarraderas de plástico, de tanto albergar tantas cosas, como las ganas de tener una bici nueva. Los puños gastados, el timbre casi mudo, arañada, vieja y el currículum de muchos kilómetros entre ella y yo. Muchas señales de tráfico donde esperó mi regreso, testigo mudo de rutas y de conversaciones a cuatro ruedas. Fue lo mejor que tuve porque me hizo tremendamente feliz y ahora, con la sensación amarga de haberle sido infiel, enamorándome de otra más joven, cambio mi BH por una australiana verde preciosa con siete marchas para que me sigan silbando la cancioncita absurda de verano azul. 
Reconozco que contuve las lágrimas al verla irse con su nueva dueña, mientras la miraba dándole la razón a John Howard cuando decía aquello de que la bicicleta era un vehículo curioso, ya que el pasajero era y es su motor, porque ella fue mi motor y la quise mucho, como algo mío, aunque estuviese hecha polvo, porque vivimos juntas un tiempo donde fuimos libres y felices, justo lo que le pido a la vida.




No hay comentarios:

Publicar un comentario