domingo, 26 de marzo de 2017

La cuenta de tiza

De espaldas al resto de clientela que frecuentaba el bar, aquel hombre dejaba escapar su camisa por entre el jersey y la cintura del pantalón vaquero. Observaba a su padre de perfil, quien a su lado y ajeno a aquellos ojos tan suyos miraba la televisión donde jugaban al fútbol vistiendo de rojo, o de azul, o de amarillo, o de verde, un hecho que no importaba cuando a veces la vida se empeña en teñírtelos de blanco y negro. Dicen que los vínculos entre padre e hijo son más latentes cuando se nota la ausencia de alguno, sea de quien te enseñó a montar en bici o a multiplicar cuando a la vida le salen los descendientes, los problemas y las satisfacciones. Lo importante era que en el reloj de aquel bar se paró el tiempo, porque estaban, porque estaban allí, y porque estaban juntos, de pie frente a esa barra donde nadaban cuentas de tiza repletas de números, celebrando íntimamente entre ellos dos el gol que le habían marcado al destino, quien se atrevió a desafiarles amenanzándoles con arrebatarles a cada uno el rutinario e insignificante gesto de apoyar los codos en la barra de aquel bar mientras en la pantalla juegan, y jugarán por mucho tiempo, futbolistas vistiendo de rojo, de azul, de amarillo o de verde, nunca en blanco y negro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario